Snoopy: Un milagro peludo en el camino
En el corazón de Puembo, entre casitas y paisajes rurales, se desarrollaba una historia que llenaría de esperanza mi corazón. Conducía hacia una invitación cuando una pequeña figura llamó mi atención. A un costado del camino, inmóvil y casi invisible entre la maleza, yacía un perrito.
Mi corazón se encogió. ¿Estaría vivo? La duda me taladraba la mente durante la invitación, nublando la alegría del encuentro. La verdad es que pasé toda la invitación con mi mente en ese pobre animalito, viendo el reloj, esperando el momento en que pudiera volver para ver si podía hacer algo por él. La imagen del perrito en el olvido no me permitía disfrutar.
Pasaron cuatro horas hasta que, por fin, pude volver al lugar donde lo había visto. Ya estaba atardeciendo. Cuando llegué, solo se veía una bola de pelos, muy sucia, que no se movía para nada. Me agaché para tocarlo y solo sentí sus dientes muy cerca de mis dedos.
Alcé la mirada y vi a un señor que, al parecer, vivía muy cerca. Le pregunté si el perro era suyo y me contestó que no, pero que había estado tirado allí un par de días y que solo se había movido unos metros. Se me apretó el corazón al saber que hay gente que es capaz de ver a otro ser sufrir y no hacer nada.
Sin embargo, la compasión me impulsó a actuar. Le pedí que me ayudara a subirlo al auto porque tenía miedo de que me mordiera. El señor, muy amablemente, fue por unos guantes gruesos, de esos para electricidad, y pudo tomarlo sin que le hiciera daño. Yo le pedí a Fundación Camino a Casa su ayuda, y ellos aceptaron ayudarme, siempre y cuando yo me comprometiera a encontrarle una familia. Yo acepté con mucho gusto y muy agradecida por su ayuda.
La radiografía confirmó lo peor: su hombro estaba roto, secuela de un atropello. Su delgadez extrema evidenciaba días de abandono y hambre. Gracias a la Fundación, Snoopy recibió la atención médica que tanto necesitaba.
Fui muy afortunada de encontrar a su nueva familia, que se hizo cargo de su total recuperación. La fortuna nos sonrió cuando una familia amorosa abrió las puertas de su hogar a Snoopy. Con dedicación y cariño, cuidaron de él durante su recuperación. Hoy en día, Snoopy corretea feliz, ajeno al pasado que lo marcó. Su colita no deja de menear, contagiando alegría a quienes lo rodean.
La historia de Snoopy es un recordatorio de la fragilidad de la vida y la importancia de la compasión. Un pequeño acto de bondad transformó su destino, brindándole una segunda oportunidad para vivir plenamente. En el camino, me enseñó que la esperanza y el amor pueden florecer incluso en los lugares más inesperados.
Snoopy es un milagro peludo, un símbolo de la bondad humana y un faro de esperanza para aquellos que aún esperan un hogar lleno de amor.
Rossana Serrano L.